El biólogo marino Enric Sala, investigador del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y explorador de National Geographic, participará a finales de este año en una azarosa expedición por el océano Pacífico a bordo de un barco construido con botellas de plástico recicladas.
Sala será una de las cinco personas que se embarcarán en esta peculiar aventura, que tiene por objetivo sensibilizar a la ciudadanía de la gran cantidad de basura que se vierte al mar y de los efectos dañinos que estos residuos, principalmente los plásticos, tienen en el ecosistema, según explicó a Efe este prestigioso científico.
El impulsor de esta singular iniciativa es el ambientalista británico David De Rothschild, heredero de una de las principales bancas de inversión del mundo.
De Rothschild ha decidido, sin embargo, mantenerse al margen del próspero negocio familiar y dedicar la mayor parte de su tiempo a hacer expediciones por todo el mundo para alertar a la opinión pública de las agresiones que sufre la Tierra a consecuencia de la actividad humana.
Tras cruzar la Antártida, el Ártico y Groenlandia para advertir de las consecuencias del calentamiento global, este joven de acaudalada familia se ha propuesto ahora recorrer las más de 3.000 millas que separan la costa de California de las islas Hawai en un barco de vela construido con botellas de plástico.
El destino concreto de esta embarcación será una zona del Pacífico donde se acumulan miles de kilómetros cuadrados de residuos flotantes, procedentes, en su gran mayoría, de tierra firme.
Las corrientes y las mareas transportan botellas, bolsas, latas y un largo etcétera de desechos desde la costa hasta el centro de los llamados giros oceánicos, zonas en las que los vientos son flojos y las corrientes casi inexistentes, lo que provoca que se acumulen en este punto miles de toneladas de porquería que tardan décadas en desaparecer.
En el caso del giro del Pacífico central, según Enric Sala, los residuos flotantes ocupan una extensión equiparable a dos veces el estado estadounidense de Texas que, con una superficie de más de 650.000 kilómetros cuadrados, es el segundo mayor de Estados Unidos, por detrás de Alaska.
El problema, según Sala, no es sólo estético sino que supone un grave peligro para las especies animales que habitan estos ecosistemas, como aves y peces, muchos de los cuales fallecen tras ingerir esos residuos.
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